martes, 26 de agosto de 2008

EL HÁBITO HACE AL MONJE

Que el hábito hace buena parte del monje y aun de la misma Iglesia es evidente. Cuando San Pablo nos exhorta: “Guardaos hasta de la apariencia del mal” está llamando de forma especial a los consagrados a no identificarse con el espíritu del Mundo, a que no sean confundidos en la calle con el marido de Pepa, el fontanero, un representante de libros.

Los consagrados que no visten el hábito propio son un ejército de desobedientes ya que no cumplen las leyes eclesiásticas (canon 284). Que sean muchos no quiere decir que tengan razón, sino que forman parte de la epidemia que infecta la Iglesia y no la deja brillar en el Mundo con la Luz que Cristo desea y el Mundo necesita.

Los tiempos cambian. La tecnología avanza; pero los fundamentos de la vida espiritual son inalterables. El hombre del siglo XXI ha de luchar contra los mismos vicios y aun peores que hace tres milenios…

Cuando el Espíritu Santo infundió el Carisma peculiar en los Santos Fundadores de órdenes religiosas les dio a entender la importancia del hábito distintivo. Así para San Antonio María Claret el hábito es al religioso lo que la corteza al árbol: lo protege.

Y como a los árboles, también a las instituciones humanas se las conoce por sus frutos; así por ejemplo, en Polonia hay grandes frutos de Santidad y de vocaciones, mientras que en España no; detrás de estos desiguales frutos hay talantes y espíritus diferentes, como puede contemplarse en las dos fotos que insertamos: se trata de cargos responsables de la Orden Capuchina en Polonia y en España. Hay premio para el que adivine cuáles son los capuchinos españoles.

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